Sin nada es el relato coral de dos generaciones en transición: «jóvenes» que han cruzado la mitad de la década de los 30. y su espejo futuro, «viejos» que han superado los 60 años de edad. A través de un realismo costumbrista, a ratos sucio y escatológico, y un sentido del humor no exento de sensibilidad, Maraví desgrana las frustraciones, miserias y temores de estos personajes cargados de luces y sombras.
Se trata de una narración tan extensa y excesiva, como sencilla y divertida. En su estilo habitual, Maraví pone el foco en los aspectos más nimios y cotidianos para construir una retrato complejo, lleno de matices, que ahonda en la psicología de unos personajes que, aunque patéticos, acaban por desprender ternura en sus pequeños gestos e interacciones.

El relato se articula a través de dos narradores. Por un lado, Ángel Lomas (personaje recurrente, que ya aparece en las dos primeras novelas del autor) actúa como narrador protagonista que nos explica su experiencia de desconexión digital en un mundo hiperconectado. Por otra lado, un segundo narrador omnisciente (personaje en sí mismo, anárquico y enloquecido) completará el relato de Ángel no sólo revelando aquello que este, consciente o inconscientemente, omite, si no dándonos también una visión calidoscópica de su contexto, colándose en la intimidad y los pensamientos de todos los personajes que rodean al protagonista, por muy secundarios y fugaces que estos puedan ser.

Hay en Sin nada un poco de Dostoyevsky, de John Fante, de Sanchez Ferlosio y de Bret Easton Ellis.