El Arsenal de Txema Maraví se compone de subfusiles, ametralladoras y pistolas láser ensamblados con palos de escoba, pinzas de tender la ropa, pomos de puerta, listones de madera y otros descartes de carpintería. Todas ellas pintadas con colores vivos, incluso fluorescentes (naranja, rosa, amarillo), con los que, más que imitar el metal oscuro de las armas de fuego reales, recuerdan más bien a los objeto hechos con plástico barato, los juguetes de bazar, las pistolas de agua. Las piezas de Maraví no esconden un discurso en torno al belicismo, en todo caso hablan de aquella pulsión infantil de agarrar cualquier objeto en forma de L para empuñarlo y decir «¡pañau, pañau!».

Probablemente sea este el concepto general de toda la producción artística de Maraví (si es que lo hay, su anterior exposición se titulaba Nadie al volante): contemplar cualquier tema desde esa mirada infantil e inocente. Como también se aprecia en los lienzos, también incluidos en la muestra, se tratan cuestiones como las drogas, la delincuencia, el sexo y la violencia, desde ese mismo prisma que elude toda seriedad y trascendencia, que simplifica los significados y que, al fin y al cabo, se lo toma todo a risas. Sus pinturas, todas ellas de colores planos, sin degradados, y con personajes caracterizados al estilo de los cómics de Bruguera (Mortadelo, Anacleto, Superlópez), representan escenas que, aunque exageradas y alucinatorias, pertencen a una realidad mundana, sucia y callejera, pero que es tratada en su crudeza desde la simplicidad naif, limpia, cristalina y colorida del imaginario infantil.

Hermanos Alquézar